Durante décadas, las mujeres que entraban a la policía, bomberos o servicios de emergencia tuvieron que adaptarse a uniformes hechos para cuerpos masculinos. El resultado: incomodidad, menor movilidad e incluso lesiones. Más allá de lo práctico, ese desajuste enviaba un mensaje involuntario: “no perteneces del todo aquí.”
Estudios recientes destacan que los uniformes mal ajustados no solo limitan el movimiento, también reducen la moral y la identidad profesional. En cambio, prendas bien diseñadas para mujeres incrementan el desempeño, la comodidad y la confianza. No es solo tela —es reconocimiento.
Cuando una mujer se pone un uniforme que le queda bien, se siente respetada como igual en su institución. La inclusión empieza por el cuerpo: cuando los uniformes reconocen la diversidad, empoderan a las personas para servir con dignidad. Honrar a los servidores públicos significa garantizar que cada profesional —sin importar su género— pueda portar su rol con orgullo y eficacia.





